Por el Chef Fernando Stovell
Hay un cierto silencio que llega con el invierno — una quietud que se siente casi sagrada. El año exhala; el mundo se suaviza. En esa calma, las cocinas se vuelven santuarios.
El aire se llena del aroma del pino y los cítricos, del susurro de algo que se asa lentamente sobre las brasas. Para mí, la Navidad comienza en esa pausa — antes de la música, antes del bullicio — cuando el único sonido es el ritmo del cuchillo, el murmullo del fuego y el latido de la memoria.
1. El Lenguaje de la Memoria
Siempre he sentido que la Navidad es menos una celebración y más una conexión — con el tiempo, con los lugares, con quienes vinieron antes que nosotros. Cada platillo que cocinamos es un recuerdo que regresa a casa.
Cuando aso ganso con manzanas y castañas, recuerdo mis inviernos ingleses con mamá, el tío Henry y la abuela — la escarcha acumulándose en las ventanas, el consuelo de una salsa espesa con oporto y las risas que permanecían mucho después de haber levantado los platos.
Siempre había tostadas de pan pumpernickel con salmón ahumado, alcaparras y crema de rábano picante; un delicado consomé de caza; y ganso asado con manzanas al Calvados y membrillo, papas rostizadas en grasa de ganso y chirivías glaseadas con miel y tomillo. En la sala, el tradicional pudín navideño esperaba ser flameado con brandy y servido con crema de vainilla, mientras el inconfundible aroma de los quesos británicos — Stinking Bishop, Stilton y Tunworth — acompañados de galletas de avena, jalea de membrillo y nueces especiadas, se esparcía por el lugar. Para concluir, los mince pies recién salidos del horno llenaban el aire con su dulce calidez.
Esos sabores sencillos — humildes, familiares, perfectamente imperfectos — eran el lenguaje de nuestras Navidades: calidez, risas y la serena gracia de estar juntos.
2. La Navidad a Través de México
En México, la temporada se expresa de manera distinta según el lugar donde uno se encuentre. En el norte, el aire huele a carnes asadas, tortillas de harina y frijoles al fuego compartido.
En el centro, las mesas brillan con romeritos, bacalao y tamales humeantes, sabores impregnados de historia y fe. Y conforme uno viaja hacia el sur, las noches se vuelven más cálidas y luminosas, llenas de ponche, piñatas y música que inunda las calles.
La Navidad aquí no es una sola historia, sino un tapiz de tradiciones — más alegre, más libre, más espontánea — pero unida por la misma gracia silenciosa de la gratitud.
3. Fuego y Amistad
A lo largo de los años, me he atrevido a cocinar aves que pocos se animarían siquiera a intentar. Una vez, junto a Chef Lennox Hastie, preparamos un ave rusa en casa, en Londres, entre risas, algunas copas de vino y esa pasión compartida que solo el fuego puede encender.
La piel se ampollaba bajo la llama, el humo se elevaba como incienso, y por un instante la cocina parecía una escena de Backdraft. No era solo un platillo; era una conversación entre el valor y la paciencia, entre el riesgo y la reverencia — y quizá un pequeño recordatorio de que toda gran comida comienza con un toque de caos.
Así es como se vuelve la cocina, especialmente en Navidad: un acto de confianza, de alegría y de recordar lo que realmente importa.
4. Entre la Escarcha y la Llama
En mi mesa hoy podría haber un ganso envuelto en cedro, glaseado con naranja quemada y jugo de mezcal, cuyo aroma lleva consigo el espíritu de un hogar inglés y el alma de un fuego mexicano.
No son invenciones; son momentos — fragmentos de una vida vivida entre la escarcha y la llama.
La comida, en su mejor expresión, es un acto de memoria. De luz que se encuentra con sombra. De calor que se transmite. Quizá por eso amo tanto esta temporada — porque cada bocado se siente como un instante recuperado, cada aroma como el eco de una risa.
Pienso en la paciencia de mi madre, en los amigos que se volvieron familia, en todas las cocinas que me formaron — de Londres a Sídney, de Londres a la Ciudad de México. Los ingredientes cambian, pero la esencia permanece: la generosidad, la gracia y la belleza de hacer que algo efímero dure un poco más.
5. El Silencio Una Vez Más
Así que esta Navidad, dondequiera que te encuentres — entre la escarcha o las brasas — que tu mesa se llene no de perfección, sino de presencia. Cocina despacio. Habla con calma. Brinda por las manos invisibles que te han traído hasta aquí.
Y cuando caiga la noche, escucha de nuevo el silencio. Ahí es donde verdaderamente vive la Navidad.
Feliz Navidad — De mi cocina a la tuya, con cariño, gratitud y gracia.